
Hay una característica de mi hijo mayor, Pietro, que me vuelve loca. Sin embargo, es un rasgo que, si se canaliza en la realidad, es algo absolutamente increíble. Mi hijo no se rinde.
Pietro es testarudo y, aun cuando algo sale mal, sale y lo intenta una y otra vez, y otra vez, y otra vez, y un sinfín de “otra vez”. Por supuesto, comienza a enojarse cuando las cosas no salen como él imaginaba. Pero aún así no se da por vencido, simplemente lo intenta de nuevo.
La vida tiene la costumbre de hacernos caer. Abandonamos un desierto y entramos en otros. Cuando finalmente la tormenta se calma, vemos que a pocos metros, el cielo ya se cierra para regalarnos nuevos rayos y truenos. Lo que pasa es que los mares en calma no hacen a un buen marinero. Y vivimos de prueba en prueba, de matar a nuestro león diariamente y nos vamos perfeccionando en cada prueba a la que estamos expuestos. ¿Pero sabéis qué suele ocurrir? Nos dimos por vencidos.
Nos cansamos. Nos quejamos. Nos sentimos insultados, después de todo, ¿cómo puede esto ser justo? ¿Cómo es que nada funciona nunca? ¿Por qué no termina la pelea? ¿Por qué no puedo descansar?
Nos quejamos y protestamos por esto y aquello, pensando que somos demasiado buenos para el sufrimiento que nos sobreviene. ¿Realmente nos hemos mirado al espejo? ¿Hemos mirado nuestros corazones, nuestras malas acciones? Si todos nuestros sentimientos fuesen transmitidos, ¿el mundo nos juzgaría de manera justa?
La Biblia dice que todos hemos caído y estamos destituidos de la gloria del Señor. Nada menos que la perfección es el estándar de gloria de Dios, cualquier cosa menos que eso te hace inmerecedor. ¿Y cuántas personas pueden levantar la mano y decir que son perfectas? En esa línea sólo hay una persona: Jesucristo. Aparte de Él, nuestro Señor y Salvador, somos sólo un montón de gente desorganizada que se esfuerza y no logra nada, porque solos no podemos hacer nada.
¡Ah! Aquí lo tenemos: solos no podemos hacer nada.
¿Sabes lo que sucede cuando, no pocas veces, Pietro no puede hacer lo que intenta hacer? Él se queja y viene a mí o a mi marido en busca de ayuda. Para mi hijo de casi 2 años, somos superhéroes, somos fuertes, somos grandes, logramos cosas. Él entiende que no puede hacerlo solo y tendrá que llamar a mamá y papá.
Aquí tenemos otra lección valiosa. ¿Cuántas veces nos cuesta admitir que no podemos hacerlo solos? ¿Y qué hay de bueno en eso? ¡Sí! ¡Eso es genial! No tienes que ser suficiente, no tienes que ser capaz de manejarlo, no tienes que tener el control de todo. Él es suficiente. El Señor se encargará de ello. Dios tiene el control. Se nos pide algo sencillo y maravilloso: ¡descanso, hijo mío!
Por supuesto, descansar en el Señor no es una invitación a la inercia, sino es una invitación a confiar, a saber que tú das el esfuerzo, pero los resultados son de Él.
No te rindas, no te rindas. Confía en que, en cada tormenta, es Jesús quien te acompaña en la barca. Y nunca intentes ir solo, el mismo Dios que está en la barca, te da su mano, te sostiene en sus brazos y te abraza, derramando amor y gracia sobre tu vida.
Mari Mendes está casada con Leandro, madre de Pietro y Luca, escritora de ficción cristiana y notas de casa, tiene 3 libros publicados. Hija del padre y hija del pastor. Apasionada por los libros, la cocina y observar los detalles de la vida, para ver la rutina con nuevos ojos.
FUENTE https://www.guiame.com.br/colunistas/mariana-mendes/nao-desista.html