Las murallas que antes parecían imposibles se desmoronaron como nada, una victoria gloriosa otorgada por la mano de Dios. Sin embargo, en medio de la victoria vino un amargo recordatorio de que incluso en momentos de triunfo, el enemigo puede acechar en las sombras de nuestros corazones.
Como cristianos, a menudo nos enfrentamos a desafíos externos: culturas diferentes, idiomas desconocidos, persecución. Sin embargo, la historia de Acán (Josué 7) nos enseña que una de las mayores amenazas a nuestra misión no viene de afuera, sino de nuestros corazones. La codicia, el engaño y la desobediencia pueden socavar nuestro trabajo más rápidamente que cualquier oposición externa. En la obra cristiana, al igual que en la conquista de Canaán, cada victoria espiritual puede verse comprometida por el pecado oculto. La integridad personal no es solo una virtud deseable, es fundamento para una obra efectiva.
La Codicia Corrompe la Comunidad. Acán no solo pecó contra Dios, sino contra toda la comunidad de Israel. Su acto de tomar para sí lo que estaba dedicado a la destrucción trajo juicio sobre todo el campamento. De manera similar, cuando un obrero cristiano cae en la tentación, ya sea por recursos materiales, reconocimiento o poder, el impacto se extiende mucho más allá de su propia vida. Como una gota de tinta cayendo en un vaso de agua clara. Al principio, parece insignificante, apenas visible. Pero conforme pasa el tiempo, se disuelve y tiñe toda el agua, cambiando su composición por completo. Así puede actuar la codicia en una comunidad cristiana.
Lo que comienza como un pensamiento inofensivo podría manifestarse de diversas maneras. Un obrero que sutilmente olvida la prioridad de servir y se enfoca más en buscar comodidades personales. Un ministro, que movido por el deseo de reconocimiento acapara proyectos o contactos clave, puede obstaculizar la colaboración efectiva con otros ministerios. La codicia por ciertos recursos, ya sea financieros, humanos o materiales puede llevar a algunos ministerios a acumular más de lo necesario, privando a otros de apoyo crucial. El anhelo desmedido de resultados rápidos y visibles podría tentar a algunos a usar métodos cuestionables para obtener conversiones o fondos, comprometiendo la integridad del ministerio. La codicia del llamado éxito ministerial puede llevar a algunos a sobrecargarse de trabajo, mientras que otros se sienten subvalorados, creando tensiones en los equipos de liderazgo.
Para combatir esto, debemos cultivar una cultura de contentamiento y generosidad en nuestras comunidades cristianas. Debemos fomentar conversaciones abiertas sobre las luchas con la codicia y el materialismo, creando un espacio seguro para la confesión y apoyo mutuo. Compartir constantemente los testimonios de cómo Dios provee y satisface nuestras necesidades. Abordar proactivamente la codicia no solo protege la integridad de nuestro testimonio, sino que también crea un ambiente donde el Espíritu de Dios puede obrar libremente, sin los obstáculos que la avaricia, la envidia y el egoísmo imponen.
El Pecado Oculto Paraliza el Avance Después de la caída de Jericó, Israel sufrió una derrota humillante en Hai. El pecado de Acán había roto la comunión con Dios, y como resultado, la nación entera se vio incapaz de avanzar. En la obra cristiana, el pecado no confesado actúa como un lastre invisible, impidiendo el progreso y la efectividad del ministerio. Consideremos la historia del rey Saúl en 1 Samuel 15. Dios le había ordenado destruir completamente a los amalecitas y todo lo que les pertenecía. Sin embargo, desobedeció e intentó ocultarlo bajo una fachada de obediencia parcial y justificaciones piadosas, su pecado tuvo consecuencias devastadoras. Su reinado fue declinando, y el avance de Israel bajo su liderazgo se vio severamente comprometido.
El pecado oculto en la vida de un cristiano puede parecer insignificante al principio, pero a medida que aumenta la presión del ministerio, los efectos se magnifican, paralizando el avance de la obra: Pérdida de discernimiento espiritual, puede perder la sensibilidad a la guía del Espíritu Santo, tomando decisiones que obstaculizan el avance del Reino. Deterioro de la autoridad espiritual, se debilita su capacidad para liderar y discipular efectivamente. Agotamiento emocional y espiritual, mantener apariencias consume una enorme cantidad de energía emocional y espiritual, dejando al ministro agotado y sin recursos para enfrentar los desafíos del campo. Vulnerabilidad a los ataques del enemigo, las brechas en nuestra armadura espiritual, le dan al enemigo acceso para sembrar desánimo, duda y temor.
Para abordar esta situación y evitar la parálisis ministerial, se pueden aplicar sistemas de rendición de cuentas profunda, estableciendo pequeños grupos de confianza dentro de los equipos donde se pueda compartir abiertamente las luchas y tentaciones, fomentando la confesión temprana y el apoyo mutuo. Practicar un examen diario de conciencia, animando a cada obrero a dedicar tiempo para la autorreflexión honesta ante Dios, identificando y confrontando áreas de pecado antes de que se arraiguen. Establecer períodos regulares de renovación espiritual, programando retiros y tiempos extendidos de ayuno y oración para toda la comunidad, enfocados en la renovación espiritual y la reconexión con el llamado. Desarrollar un protocolo de restauración, cuando se identifique una situación comprometedora, tener un plan claro para que el obrero pueda pausar sus responsabilidades para enfocarse en la restauración, sin temor a ser estigmatizado o desacreditado públicamente.
Es necesario crear un entorno donde el pecado sea confesado y tratado rápidamente, evitando la parálisis del avance de la iglesia. Nuestra efectividad y supervivencia en las profundidades de la obra cristiana dependen de mantener la integridad espiritual. No podemos permitirnos ignorar ni la más pequeña grieta en nuestra vida espiritual.
La Desobediencia Distorsiona el Testimonio Dios había dado instrucciones claras sobre cómo manejar el botín de Jericó. La desobediencia de Acán manchó el testimonio de Israel ante las naciones vecinas. Nuestra credibilidad es un activo muy valioso. Cuando nuestras acciones no se alinean con nuestro mensaje, perdemos la confianza de aquellos a quienes buscamos alcanzar. Nuestro testimonio debe ser consistente, reflejando la santidad y la gracia de Aquel que nos envió.
La historia de los hijos de Elí, Ofni y Finees, en 1 Samuel 2:12-17 y 22-25, es una muestra el resultado de la desobediencia. Estos que debían ser ejemplo de santidad y servicio a Dios, abusaron de su posición para satisfacer sus propios deseos. Su comportamiento era tan escandaloso que los hombres menospreciaban las ofrendas al Señor (1 Samuel 2:17). La desobediencia de estos líderes no solo distorsionó el testimonio de la adoración a Dios, sino que también alejaba al pueblo de la verdadera devoción. La desobediencia de aquellos en posiciones de liderazgo espiritual puede tener un impacto devastador en el testimonio de la iglesia en general ante el pueblo. Esto nos advierte sobre el peligro de usar nuestra posición para beneficio personal o de comprometer nuestros estándares éticos, ya que las consecuencias se extienden mucho más allá de nosotros mismos.
La desobediencia en la vida de un cristiano puede distorsionar gravemente el testimonio del evangelio: Incongruencia entre mensaje y vida, creamos una disonancia que confunde y aleja a quienes buscamos alcanzar. Desgaste de la confianza, puede destruir años de construcción de relaciones y confianza en la comunidad. Malinterpretación del evangelio, pueden llevar a malentendidos sobre la naturaleza de la gracia, la santidad o el poder de Dios. Descrédito del ministerio en su conjunto, la falta de integridad de un creyente puede afectar la percepción de la iglesia en general. Obstáculo para nuevos creyentes, puede desalentar o confundir a los nuevos conversos, obstaculizando su crecimiento.
Debemos trabajar activamente para mantener la claridad y coherencia de nuestro testimonio. Recordemos que, nuestra función es guiar a otros hacia Cristo. Un testimonio desequilibrado debido a la desobediencia no solo nos afecta a nosotros, sino que puede tener consecuencias eternas para aquellos que están buscando el camino hacia Dios.
La historia de Acán nos enseña que en la obra no hay victoria duradera sin integridad personal. Cada uno de nosotros, como llamados, debe preguntarse: ¿Hay algún “aspecto Acán” en mi vida? ¿Algún área de desobediencia o codicia está obstaculizando la obra de Dios a través de mí? Debemos comprometernos a una vida de transparencia radical ante Dios y ante nuestros compañeros de labor. No es la grandeza de nuestros logros lo que importa, sino la pureza de nuestros corazones ante Aquel que nos llamó y nos envió. Que seamos conocidos no solo por nuestro celo por la obra, sino por nuestra integridad inalterable.
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Esta serie semanal titulada Su bendita Palabra me impulsa está diseñada para descubrir que el plan de Dios para ti es evidente desde el Génesis hasta el Apocalipsis.
Angel Guerrero.
Ministerio Palabra Viva.
Tema 25, lunes 30 de septiembre, 2024.
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